LA MALDICIÓN DE LA CASA DE LOS MIRANDA

Arquitectura y Arte | Palacios y Casas Nobles | Almeida y Ciudad Rodrigo
Al rededor de 1550, el canónigo Hernando de Miranda empezó a considerar la construcción de un palacio digno de sus antepasados y de sus funciones en la jerarquía religiosa. Era uno de los miembros más influyentes del cabildo de Ciudad Rodrigo, así que tuvo que construir para él y su familia una casa palacio que hiciera honor a sus apellidos, ya que pertenecía al linaje de las mejores familias de la ciudad.
Buscó en varios lugares dentro del espacio urbano protegido por las grandes murallas y, al final, la elección recayó sobre la parcela que había junto a la plaza del Salvador, frente a la iglesia del mismo nombre y a la catedral donde celebraba los oficios todos los días.
Así lo pensó y así lo hizo, en 1552 empezó la construcción de la casa. Era un terreno muy agradable con una superficie lo suficiente grande para el proyecto ideado, al que añadió dos casas más que derribó, aumentando la superficie para la construcción de las caballerizas y otras dependencias, lo que permitió abrir un cercado con su pozo de riego.
La distribución espacial estaba estructurada de esta manera, con la fachada principal toda de piedra de cantería, con un portón noble descentrado a la derecha, rodeada por un elegante alfiz. La casa palacio estaba delimitada, a la derecha, por las casas de los canónigos y, a la izquierda, por el deslumbrante marco de la catedral, lo que la convertía en una referencia para los creyentes que se dirigían a los templos. Las grandes salas de recreo, de aparato y de servicio se desarrollaban en un patio enclaustrado interior, y estaban unidas por una elegante escalera noble que permitía recorrer los cuatro niveles habitables.

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Tras la conclusión de esta noble casa se esculpieron en la fachada principal tres escudos de armas: el de los Miranda, en el centro, que representa el lado paterno, y, flanqueando esta escudo, los escudos de armas del lado materno, de los Chávez y de los Robles, respectivamente. En el interior del patio, demarcado por elegantes columnas, también se esculpieron ocho escudos con los que mantenía parentesco.
– Qué maravilla de casa – dijo el fundador cuando estuvo terminada. – Qué maravilla y que pena si algún día pasara a otras manos que no fueran las de mis descendientes y dejara de perpetuarse nuestra ilustre casa. Andaba Hernando de Miranda reflexionando sobre este tema cuando pensó maldecir la casa que había construido: – Que nunca sea vendida a extraños mientras mi escudo remate el portón noble.
Lo cierto es que la casa palacio de los Miranda se vio a veces golpeada por calamidades, fue bombardeada en varios asedios, sufrió deterioro, pasó por reconstrucciones y, en algunas ocasiones, estuvo en venta, pero nadie la compró. Todavía hoy permanece en posesión de sus descendientes y es uno de los pocos ejemplares que, desde 1552, ha sido habitado por un Miranda.