La Plaza de Toros de Santa Cruz. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio…
¿Por qué cree usted que la piscina climatizada es una auténtica ruina para el Ayuntamiento? – Acorraló la periodista al político mirobrigense.
Muy sencillo – respondió el edil cargando el cuerpo hacia adelante, el codo derecho calvado en la mesa y la barbilla apoyada en la mano-. Porque de las tres mil personas que se manifestaron pidiéndola, no la utiliza ninguna.
Cuando el diablo no tiene nada que hacer… pues eso pasa con el personal, que cuando se aburre se dedica a pedir piscinas climatizadas, pistas de atletismo o plazas de toros con las que salir de penas y así, a mitad del siglo veinte, los rescoldos de una antigua reivindicación se avivan y vuelve la pejiguera impetrando “la construcción en nuestra ciudad de una plaza de toros […]. Solo creemos hace falta que un grupo de mirobrigenses, muy pocos, se decidan a llevar la dirección y le podemos asegurar que tendrán éxito y verían hecho realidad las aspiraciones de tantos años.»

Fotografía del Libro de Carnaval 2022
La voz del 19 de febrero de 1967 dice en portada que ha sido un acierto hacer la plaza a la “antigua usanza” en Carnaval, después de vencer un sin número de dificultades debido a que “hoy los industriales de la construcción no emplean ya tanto maderamen, tanto andamiaje como antes”. Este año, con el acicate de la televisión, humo una “vuelta a los viejos tiempos” que fue del agrado de todos pero que temen no pueda volverse a repetir tamaño esfuerzo. Por eso se antoja como de suma urgencia la compra de una plaza metálica hecha a la medida de la plaza Mayor, algo que ya estaría amortizado si se le hubiera hecho caso a Lorenzo Pacheco cuando en su día lo propuso.
En el verano de ese mismo año, el presidente de la Hermandad de Labradores y teniente de alcalde, Antonio Pérez Hernández en collera con el concejal Ángel de Elías Cid tocaron a rebato convocando a industriales, comerciantes, labradores, ganaderos y público en general con el mismo motivo: la compra de una plaza metálica articulada. Por lo visto, y leído, “como el entusiasmo entre los ganaderos y agricultores es enorme […] podemos asegurar que la plaza de toros de Ciudad Rodrigo es ya un hecho y que en los próximos carnavales se estrenará con un programa jamás conocido. “Hasta Alfonso Navalón en un breve titulado ¡A por la plaza! Dio por hecha la compra ofreciéndose a organizar un festival de campanillas”.
“Construir un foso de fábrica está muy bien pero lo suyo sería tener dos: uno fijo para todo el año y otro desmontables para Carnaval”
Si hacemos caso a la prensa, en Ciudad Rodrigo no se hablaba de otra cosa. “Agora va de verdade” y por eso se convoca una reunión para el día 14 de octubre de 1967, a celebrar en alguno de los teatros, con el fin de dar a conocer el estado de la cuestión, aprobar el reglamento y los estatutos de la sociedad, y ver con qué apoyos se contaba. Don Félix Candela, ingeniero industrial visitó la ciudad para ver sobre el terreno cómo había de quedar la instalación teniendo en cuenta la inclinación y la forma del recinto. Por todo esto, el presupuesto había subido un poco. La reunión se celebró el día 16 en la Casa Sindical constituyéndose una junta directiva y dando a conocer el presupuesto de dos millones y medio de pesetas para una plaza de más de cuatro mil espectadores. La Junta quiere que “las acciones puedan ser suscritas para todo el mundo, sin discriminación social alguna, para lo cual se va a dar facilidades a las clases menos acomodadas…”

Fotografía del Libro de Carnaval 2022
La alegría duró poco y ese mismo mes de octubre el alcalde, Miguel Sánchez-Arjona y Fernández Palacios advierte que los próximos carnavales del mes de febrero “no podrán ser organizados de no contar, previamente, con la posesión de la plaza de toros […]. No volverá a haber carnavales, encierros y desencierros” si no se tiene una, por eso “que nadie llame a engaño […] si la masa mirobrigense sigue aferrada a su abulia de siempre […] todos habremos perdido para siempre los carnavales”
Pero llegó febrero y hubo carnaval, solo faltaría, y Junco del Águeda escribió sobre «la plaza que nos gusta… y la que nos conviene”, […]. La que nos gusta es enhiesta y desafiante a su carga, y la enseñamos orgullosos al forastero que ve “esto” por primera vez. Esta es la plaza de Ciudad Rodrigo, tal como queremos que sea, con sus cosas raras, sus tablas absurdas y sus asientos en cuesta […]. Pero ahí está el problema de esta plaza. “La falta de materiales que la constituyan y de brazos que la levanten” y por eso es necesaria la metálica, que se levante y se desmonte en un santiamén.
«Y de la plaza de toros, ¿qué?”, se pregunta Leopoldo García Medina, recordando el tejemaneje del año anterior. Medina va un paso más allá diciendo que lo de la portátil bien, pero Ciudad Rodrigo merece más. Lo suyo es una plaza de piedra en armonía con las murallas y recuerda el ambientazo de la ciudad cuando había festejo en la desaparecida plaza de madera del Hospicio. Según Leopoldo la construcción de una plaza de toros era un negocio seguro: cine al aire libre, teatros, festivales, boxeo y lucha, verbenas, bailes y hasta un Instituto Internacional de Tauromaquia.
Construir un coso de fábrica está muy bien pero lo suyo sería tener dos; uno fijo para todo el año y otros desmontable para carnaval (¿no querías caldo…?). Edmundo Huertas pone como ejemplo a Tomelloso donde el pueblo soberano en pie de guerra dijo basta, y a pesar de tener una plaza de quita y pon, se embarcaron en la aventura de construir otra como Dios manda, con capacidad para 7.000 personas. No me extraña que Luciano de Paz se pregunte “¡La plaza de toros! ¿Qué pasa con ella?” y unos meses después se le conteste con la buena nueva de que Ciudad Rodrigo, por fin, tendrá la plaza que se merece, con capacidad para cuatro mil almas, en las Huertas de Santa Cruz, en el sitio que ocupó el convento del mismo nombre. La plaza, debida a la iniciativa privada, cuenta con todos los acomodos: corrales, chiqueros, enfermería, capilla… “donde se escucha otrora el estruendo de los cañones […] podremos escuchar, no tardando mucho, los clarines…”